Gara y Jonay
-"Como
lo de arriba es lo de abajo, lo que fue será, lo que ha de suceder
ocurrirá". Así había hablado Gerían, el viejo que rompía gánigos con la
mirada. Gara no supo qué secreto guardaban las palabras del viejo de los
ojos poderosos. Estaban próximas las fiestas del Beñesmén. Pronto
llegarían a La Gomera desde Tenerife los Menceyes y nobles principales
para tomar parte en las celebraciones de la recolección. Gara, princesa
de Agulo, y las jóvenes gomeras habían acudido donde Los Chorros de
Epina para mirar su rostro en el agua. Fue entonces cuando los ojos
poderosos del viejo Gerían vieron lo que a ninguna otra mirada se
revelaba.: -"La sombra del fuego quema el agua. La muerte acecha. Como
lo de arriba es lo de abajo, lo que fue será, lo que ha de suceder
ocurrirá".
Siete
chorros mágicos manaban en Epina. Los siete nacían en siete puntos
distintos de los adentros de la isla sin que nadie hubiese descubierto
nunca su origen secreto. Siete charcos formaban los siete chorros y
siete virtudes ofrecían a los que de ellos bebiesen. Y era costumbre
que, cuando llegaban las fiestas del Beñesmén, las jóvenes gomeras
juntasen agua de cada uno de los siete chorros en un pequeño estanquillo
hecho a base de beas, musgos y yedras. Antes de que el sol rayara,
miraban su rostro en el agua y si la imagen era calma y clara, ese año
encontrarían pareja, más si el reflejo era turbio o lo empañaban las
sombras, la desgracia aguardaba como aguarda sigilosa en su tela la
araña.
Gara
se había asomado al estanquillo y, al principio, fue nítido y quieto el
reflejo de su imagen, pero pronto el líquido se cubrió de sombras y
comenzó a agitarse hasta que en vez de su rostro apareció un sol
incendiario que cegó el agua dejándola sucia, revuelta y anochecida:
-"Lo que ha de suceder ocurrirá. Huye del fuego, Gara, o el fuego habra
de consumirte". Así habló Gerián, el que rompía gánigos con la mirada,
el que veía lo que a otros ojos quedaba oculto. Y corrió de boca en boca
el augurio. Y calló Gara su temor y su asombro.


Calmó su furia Echeyde y de nuevo se encerró el fuego en sus adentros de piedra. Concluyeron las fiestas del Beñesmén y, sin peligro ya en la isla, regresaron a Tenerife los Menceyes y nobles que habían ido a La Gomera. Mas Jonay no podía olvidar a Gara. Un peso infinito, como un quebranto interminable, lo doblegaba y lo desvivía. Necesitaba volver a verla, tenerla a su lado pese a las prohibiciones, pese a la maldición que sobre ellos se cernía. Ató Jonay a su cintura dos vejigas de animal infladas y, al amparo de la noche, se lanzó al mar dispuesto a atravesar la distancia que le separaba de su enamorada. Las vejigas le ayudaban a flotar y, cuando el cansancio rendía sus fuerzas, la imagen de Gara acudía a su memoria dándole ánimos para recobrarse y seguir nadando. Así hasta que, aun dudosa, la luz del alba lo recibió al llegar a las playas de La Gomera.

Enterado
el padre de Gara de la huída de su hija con Jonay, dispuso que salieran
a perseguirlos. En la cumbre más alta de La Gomera habrían de
encontrarlos, estrechamente unidos, amándose. Antes que volver a
separarse, antes de que sus perseguidores les prendieran, Gara, la
princesa del Lugar Del Agua, y Jonay, príncipe de la Tierra del Fuego,
buscaron la muerte. Afiló Jonay con su tabona los extremos de una recia
vara de cedro y la colocó entre su pecho y el de Gara, las puntas
hirientes apoyadas sobre sus corazones. Luego, sin decirse nada,
mirándose a los ojos, sintiendo como la vara de cedro los traspasaba por
el empuje de su violento y desesperado abrazo, quedaron quietamente
fundidos. Entonces agua y fuego fueron uno solo en la suma de sus
cuerpos.
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